No tengo pinta de
ser llorona, pero lo soy. Las pocas personas que me han visto chillar lo saben
perfectamente. Sin embargo, en los funerales me cuesta mucho echar una
lagrimita. En Guasipati tenía una vecina que se desmayaba y caía de rollito
para el piso, así como poseída. Daba gritos y pedía al difunto que se la
llevara. ¿Por qué se llora al cuerpo?
Siempre me ha
impresionado cómo el ser humano reacciona ante la muerte física, ante la “presencia”,
no la “esencia”. Cuando mi cuerpo ya no funcione más y no pueda oír el canto de
los pájaros, deje de oler los domplines recién hechos que mi mamá prepara con
tanto cariño, cuando no pueda sentir los besos apasionados del hombre que me
ama (y yo también), ese día estaré tiesa, sí, muerta pues. Ese es el destino de
todos nosotros. Hay un dicho que reza que “la muerte está tan segura de su
victoria que nos da toda una vida de ventaja”.
Nos pasamos la vida criticando
a todo el mundo, viendo lo mal hechos que están los demás. Yo todos los días
agarro una arrechera con los choferes estúpidos que me adelantan por el
hombrillo y se meten justo en el espacio que dejo para no chocar el carro que
tengo en frente. Es precisamente en ese instante cuando no existo. Muero. Dejo
de ser yo. Debo reconocer, no obstante, que he hecho grandes progresos. Ahora,
ya no grito tanto. Y volviendo al tema de los funerales y tal, además de
llorar, la gente se despide del muerto con algún discursito, entre llanto y
sonrisas.
Pareciera que los
funerales no son hechos para los muertos sino para los vivos.
Por tal razón, me
gustaría saber ¿qué dirías en mi funeral?
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